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Las cosas de W&CC así como de ALMAYARA.

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domingo, septiembre 21, 2025

El beso de Raimundo


Debía ser primavera. Habían salido las rosas con sus dulces olores y sonido de abejas alrededor. Los niños también bullíamos plenos de hormonas en nuestro entorno. Y eso que andábamos por los doce años de edad.

Entrábamos al colegio en filas de a dos y cantando lo de con flores a María. Mirábamos a las niñas en sus filas al entrar a nuestras correspondientes aulas. Estábamos convenientemente separados. Las niñas en sus aulas y los niños en las suyas.

Surgió la noticia como un bombazo. Mi compañero Raimundo, un tipo tirando a serio, había dado un beso a Mari Nieves, una niña muy mona de nuestra edad. Me imagino que fue en la cara y también que fue por sorpresa. Fue en el recreo.

Los chicos de aquella época, a esas edades, aún teníamos la moral en construcción. Distinguíamos perfectamente entre lo bueno y lo malo; entre el blanco y lo negro. Pero no apreciábamos nada en medio. Para nosotros no había escala de grises en cuestiones morales. O bueno o malo. Así de simple.

De manera que todos pensamos en que a Raimundo le esperaba lo peor. Fue sorprendido por algún profesor y se le dio cita para hablar con el director en compañía de sus padres. Igual le forjaban letras ofensivas en su limpia frente. Lo mismo le daban una paliza delante de sus padres.

- Incluso puede que acabe en un correccional -fantaseábamos-.

Creo que al final todo se saldó con expulsión del colegio. Es lo de menos. Tuvo su castigo. Es decir, que aquello era malo. No tuvo premio ni recompensa por lo que muchos años después considero una simple muestra infantil y espontánea de cariño; incluso de amor.

Poco después de aquello, en otro colegio del barrio al que iban mis primos, hubo otra impactante anécdota. Un chaval de unos doce años, tirando a cachalote, se peleó con un compañero alfeñique, un poco chinche. Consiguió derribar a su adversario y cuando aún se encontraba a cuatro patas pateo su cabeza. De allí al hospital con un gran revuelo en todo el barrio. En nuestra corta pero sencilla moral, aquello estaba mal. Pero algo, enseguida, nos hizo sospechar; igual estábamos en un error. Se citó al autor de la salvaje patada y a sus padres a hablar con el director. No obstante, también se citó a los padres del agredido, que obviamente no podía acudir a la cita por estar hospitalizado.

Pasaron los días y el agresor no abandonó el colegio ni sufrió aparente castigo alguno. Parece que no sólo se libro de cualquier tipo de sanción sino que además, desde entonces, los profesores saludaban al violento muchacho con algo muy parecido a la simpatía. Creo que tras un tiempo, el niño lesionado abandonó el hospital, pero nunca volvió al colegio.

Nos costó incluir en nuestro código moral esta variante. Resulta que no estaba mal. Por alguna razón, mandar a un compañero al hospital no era malo. Preguntábamos a nuestros mayores y nos decían cosas diferentes. Que el niño hospitalizado se lo había buscado por chinche y por provocador. Que si era un niño malo que molestaba a las niñas y se metía con los de menor edad. No entendíamos que aquello fuera motivo para que un niño estuviera excusado de patear la cabeza de otro.

Ya digo que nos costó entenderlo. Hasta que llegó un profesor al que apreciábamos mucho y considerábamos un sabio. Nos dio una consigna sencilla que todos comprendimos enseguida.

- Es que es gitano. ¿Qué queréis?


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editado por...Wladi Martín @ domingo, septiembre 21, 2025
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sábado, septiembre 06, 2025

Conde Yección


Andaba el conde en su huerta. Digo andaba porque así lo hacía y digo huerta porque acababa de volver de su última campaña; estaba de “huerta”. 

El conde, por nombre Iñigo Yección, era más conocido por “Conde Yección”, muy en consonancia con su copiosa manera de ingerir viandas y sus posteriores maniobras para aliviar las tripas. En ese motejo, hay que reconocer cierta mordacidad entre sus súbditos, que así se referían a él.

En uno de los raros momentos en que el noble ni comía ni deyectaba bolos fecales llegó un capitán de su ejército. Había acompañado a su señor en la última campaña y preguntaba:

- ¿Señor conde qué queréis “cagamos” con los moros “cagarramos”?

- “Cagaleras” los mandéis.

- ¿“Cagaleras” los mandemos? Señor “condeyección”, turbado me háis. Y pese a que turbado “meáis” cagaleras los llevaremos.

- Para acabar la transcripción de este viejo legajo y aún a riesgo de rozar lo escatológico citaremos al gran Calderón del Zurullo: “La vida es una barca”.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, septiembre 06, 2025
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sábado, agosto 23, 2025

RESIDENCIA EL ÚLTIMO PASEO


Dicen que los ancianos esquimales, cuando sienten cercana la decrepitud, se desnudan y parten del poblado en un último paseo. Lo hacen en silencio, con los pies descalzos sobre la nieve. Antes de ser inútiles, dejan las ropas, junto a todas sus pertenencias, para que otros lo puedan aprovechar y se van. Suelen marchar de noche, sin molestar, sin despedida. No hay más ritual que el de dejarse ir. Respirar profundo, relajarse y dejarse ir. También dicen que el frío, de tan intenso, se llega a asimilar. Hay un momento en que ya no se siente. Algunos científicos explican que se padecen delirios que alejan de la cruel realidad, evitan el dolor. Algo así describe Hans Christian Andersen en su famoso cuento La pequeña cerillera. La niña, antes de morir de frío, ve llegar a su querida abuela que le toma de la mano para llevar a su querida nieta a un lugar cálido. Una ensoñación, ya digo.


En otras latitudes y tiempos alejados del Círculo Polar comprendieron que esa costumbre era muy romántica -sí-, pero poco productiva. Un avispado observador inventó, inspirado en esta costumbre esquimal, las llamadas residencias para la tercera edad. Eso dicen. Incluso, parece ser que consta en antiguos archivos que la primera de ellas se llamó El último paseo. En realidad el invento es el de evitar ese tránsito final a cambio de unas monedas.


En un principio, la idea no acababa de entenderse, por nueva. Hubo enfrentamiento. Pero pronto se tocó la fibra de los afectados y se comprendió mejor. Nada de proezas. A cambio, un puñado de monedas; un buen puñado.


Si la abuelita tenía lo suficiente, se le reclamaba y dejaba poco más o menos como al esquimal: en pelotas. Eso sí, se supone que bien atendida. Es un decir.


Si el anciano no tenía lo suficiente, que lo paguen sus hijos.


A echar cuentas… Vuelven los enfrentamientos.


En estos casos, las partes enfrentadas viven la situación como un conflicto o como un problema. Como una de las dos cosas.


Si entienden la cuestión como un conflicto -que dicho sea de paso, suele ser lo más habitual- se acaban enemistando. Si las partes, en cambio, lo plantean como un problema, no tienen por qué enemistarse. Pero esto no suele ser habitual. Basta con que una de las partes entre en conflicto para que el enfrentamiento cobre tintes belicosos. Por más que la otra u otras partes quieran resolver el problema.


Entre tanto, al anciano le entra frío en la planta de los pies… como si anduviera descalzo por la nieve. Vaya usted a saber por qué.


Mientras al abuelito se le hielan los pies, el fundador de la residencia El último paseo, con la tripa caliente. 

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editado por...Wladi Martín @ sábado, agosto 23, 2025
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NEVERMOR


En la tribu los tumaiself las condiciones de vida son durísimas. Extremas podríamos decir. Todo el día luchando contra el frío polar, buscando alimento, evitando las fieras. En fin, peleando por sobrevivir. Esa es la ocupación de todos los miembros de la tribu. Ese es el trabajo hasta que llega la noche en la que se busca un lugar donde no helarse mientras se reponen fuerzas hasta que llega la mañana; y vuelta a empezar. Saben que juntos tienen más posibilidades de abrigarse, de juntar excedentes para las épocas de hambruna, de defenderse de las alimañas que atacan de vez en cuando. A su manera, son solidarios. Pero no generosos. Se solidarizan para formar un grupo más fuerte que el conjunto de individuos por separado. Lo hacen por interés.


Los varones de la tribu, sobre todo, se dedican a cazar y llevar alimento al campamento. Son fuertes y han desarrollado destrezas y utensilios cinegéticos. Las hembras preparan los alimentos, guardan debidamente los excedentes, si los hay. Tienen hijos y se ocupan de su crianza.


Los niños -un poco más que las niñas- son cuidados y protegidos. El grupo entiende que son el futuro. Pero ay de ellos si el presente se vuelve amenazador. Entonces corren peligro -especialmente ellas-. Los tumaiself saben que las hembras garantizan el futuro de la tribu. En ese sentido las protegen. Pero también saben que una sola mujer puede concebir muchos descendientes. En cambio, un sólo varón no caza lo que varios. Tampoco proporciona la misma defensa un sólo hombre, que una docena. Los tumaiself piensan así desde tiempos inmemoriales. Puestos a elegir… Tal vez podrían reclamar la patente de lo que hoy se conoce como machismo. Ellos no lo piensan así. Lo ven natural. Va en su naturaleza. Cualquiera discute con ellos.


Hace poco, tuve una conversación con un tipo que había nacido en un pueblo cercano al mío. Digamos que se llama Nicanor. Por apellido Niflío. Nicanor Niflío.


Discutimos sobre un tema similar al explicado más arriba. El paisano empezó a ponerse violento alejándose de la templanza que podría indicar cómo se llamaba. Daba argumentos similares a los expuestos por los esquimales acompañándose de fuertes golpes sobre la mesa. Igual era un remoto descendiente de los tumaiself.


Volviendo a la tribu que hoy nos ocupa, vamos ahora con una costumbre peculiar. Antes hablábamos de la supervivencia, o sea, de la vida. Ahora vamos con la muerte. En fin, que vamos a hablar de lo mismo si se piensa bien.


Antes me gustaría ilustrar el tema con algo que en principio parece no tener nada que ver. Me refiero a las traineras. Esas embarcaciones a remo que en la costa norte española gozan de gran popularidad. La tripulación la componen trece remeros y un patrón. Dicen que dicha relación es justo la inversa de algunos organismo modernos donde habría 13 patrones y un remero u obrero.


Existen competiciones muy exacerbadas de traineras. Cada embarcación representa a un pueblo, villa o ciudad. Las carreras levantan pasiones. Los remeros hacen grandes esfuerzos afanándose con toda su energía sobre el remo… parece como si les fuera la vida en ello.


Si en plena competencia uno de ellos perdiese el gran remo inmediatamente se tiraría al agua. Es una norma no escrita. Si no se puede colaborar al éxito del grupo, al menos no ser un peso inútil. Un ejemplo de sacrificio y solidaridad.


Volviendo a los tumaiself, a los que habíamos dejado al fresco, hablemos, como decíamos antes, sobre la muerte. Naturalmente que sienten hacia ella, hacia la de sus parientes y allegados, duelo y aflicción. Pero tienen una peculiar forma de enfrentarse a ella llegado el caso.


Cuando un hombre de la tribu empieza a comprender que se acerca a la vejez, actúa de manera peculiar. Si ese tumaiself empieza a dejar de cazar o empieza a aportar poco en la defensa contra los depredadores amenazantes, entonces suele tomar el Camino del Nevermor. Antes de llegar a la decrepitud, antes de sentirse inútil y constituirse en un peso muerto para el clan, el anciano se desnuda dejando sus ropas para provecho de otros y camina por el hielo en una especie de eutanasia. No se trata de ir a un lugar concreto. El que inicia su último paseo lo hace hacia donde entiende que no molestará a nadie cuando deje de respirar. No soportan ser una carga. Los demás lo entienden; dejan que se marche. Se trataría más de un viaje astral, por así decir, que un desplazamiento hasta un sitio prefijado. Suele hacerse de noche cuando los demás descansan.


Se podría decir que al perder el remo, un tumaiself, se tira al agua, de donde nadie va a ir a recogerlo. Se marcha al Nevermor.

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editado por...Wladi Martín @ sábado, agosto 23, 2025
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domingo, abril 27, 2025

El mendigo y Calderón


Se acercó a una mesa de la terracita. En ella, una familia tomaba café, además del sol primaveral que calentaba con voluntad. Con su rostro torvo, que parecía contradecir su mirada afable, ofreció recitar algún poema.

Barba rala con alguna escama fruto de la vida a la intemperie, el anciano no parecía en mala forma. Caminaba sin ayudarse de muleta alguna y con cierta ligereza. Tal vez ayudase a ello su extrema delgadez fruto de la dieta del puedo. (Como cuando puedo, lo que puedo y si es que puedo… con las muelas que me quedan).

En su canosa y escasa barba había una evidente prueba de que ese día había desayunado. Una inequívoca mancha de café con leche adornaba su mentón. Parte del adorno había goteado hasta el cuello de la descolorida camisa que llevaba tiempo ha. El aseo no siempre se permitía minuciosidad ni en el albergue ni en la fuente del parque. Lo de lavar la ropa, por otra parte, era un lujo de otra época. Ya hacía años que llevaba la misma ropa y sólo la mudaba si encontraba alguna prenda en mejor estado o alguien se la regalaba.

El anciano volvió a ofrecer poesía a cambio de alguna limosna. Lo hacía sin dejar de mirar la tapa del aperitivo con el que se entretenía aquella familia.

Una de las mujeres, con mucha cortesía, declinó el ofrecimiento argumentando que estaban conversando y no estaban para poemas.

Casi al mismo tiempo, un varón del mismo grupo preguntó si los poemas que ofrecía eran propios.

El mendigo dijo que no. Que los tenía memorizados de García Lorca, Machado, Quevedo y otros. 

Mientras rebuscaba en el bolsillo de la calderilla, el hombre le dijo que él conocía el fragmento del inmortal Lope -eso dijo-. Y, sin más, se puso a recitar:

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba recogiendo
las hierbas que él arrojó.

Al acabar la perorata que declamó afectadamente estiró la mano y ofreció un par de monedas al anciano. Éste las tomó y al mismo tiempo pidió las patatas fritas que quedaban en un platillo blanco. Se las dieron y las apuñó llevándolas a un bolsillo de su zamarra. Se despidió con una enigmática sonrisa, balbuciendo algo que ninguno de los comensales acertó a comprender.

Al mismo tiempo, muy cerca, pasaba un niño paseando de la mano de su mamá. Al ver la escena y escuchar la farfulla preguntó:

- Mamá. ¿Por qué ha dicho ese señor: Es de Calderón de la Mierda. Que ustedes tengan una vida llena de barca?

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editado por...Wladi Martín @ domingo, abril 27, 2025
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sábado, enero 04, 2025

Plegaria para año nuevo

 


Dame fuerzas señor... Wladi (*).

Encuentra eso que llamamos fuerzas vengan de donde vengan y no tengas rubor en emplearlas para tu propio bien que será el de los tuyos; si es que has entendido algo del camino hasta aquí.

Recuerda que buscas la calma antes que la razón; que lo que viene es a alimentar el monstruo que llevamos dentro. Algo habrá que hacer con él.

No caigas en la tentación de creerte mejor que nadie; no juzgues y acabarán por no juzgarte.

Si te piden tu opinión ofrécelo como si hablases contigo mismo. Nunca como si fueses la otra persona. Si tu consejo es sabio tendrás doble recompensa; te valdrá a ti y al que lo sepa escuchar.

No caigas en el desánimo. Piensa que mañana puede ser inútil todo esfuerzo. Vive el presente.

Sé feliz y harás feliz a los tuyos. Sé feliz y si levantas envidia será a alguien que no te quiere. Si encuentras ocasión ofrécele esta plegaria.

(*) Póngase el nombre del que lea o el que se desee; incluso retírese… Eso haya cada cuál.


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editado por...Wladi Martín @ sábado, enero 04, 2025
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miércoles, noviembre 20, 2024

Los mellizos y los flanes

 


Nacieron los dos a la vez. Eran mellizos y según los médicos, dentro de esta categoría, eran bicoriales biamnióticos. Es decir, que cada cual contó con su propia bolsa amniótica y su propia placenta al momento de ver la luz por primera vez. O sea, que, pese a ser muy parecidos, tenían argumentos sólidos para ser y sentirse individuales desde su gestación.


Menudo lío para sus papás dar explicaciones y satisfacer la curiosidad de los hermanitos.


Vayamos a lo práctico. Sus nombres, Oliver y Mateo, fue de las primeras palabras que confundieron cuando empezaban a hablar. Se liaban con eso de la identidad. Hasta ellos parecían cómodos con ser uno mismo y también “el otro”, a la vez. Era bastante habitual que Oliver respondiese por Mateo y viceversa, que Mateo lo hiciera por Oliver.


En la práctica, por muy mellizos que hubieran nacido, a medida que daban vueltas al sol, se iban distinguiendo el uno del otro; no eran gemelos. Un buen observador, podía distinguir entre ambos. Tanto más sencillo se volvió hacerlo cuánto más crecían. Sobre todo cuando la tarea de distinción se hacía con ambos hermanos presentes; los dos juntos. A medida que iban cumpliendo años uno se hacía bastante más grande que el hermano. Pero por separado y de chiquitines, era fácil caer en la confusión de tomar al uno por el otro. Especialmente al tratar de poner nombre a uno sin la compañía del mellizo.


Muy prontito empezaron a acudir a la guardería de su barrio. Luego, al crecer, fueron matriculados en un colegio también cercano a su casa. Allí se inscribieron a una de las actividades extraescolares, acorde con el carácter inquieto de los niños. Eran lo que se dice niños buenos, pero un poco trapisondas. En cuanto cumplieron los cinco añitos pasaron a formar parte de la bandada de chiquillos que practicaba yudo en aquel centro escolar.


La actividad se realizaba en el comedor escolar al que se conocía como salón multiactos. Para albergar las clases extraescolares, las mesas, tras la comida, se dejaban en los bordes del local y las sillas encima para dejar espacio en que colocar el tatami. Al fondo del local había una puerta que comunicaba con la cocina y solía tener una cadena bloqueada con un voluminoso candado. Era un colegio con cocina propia. Algunos platos se dejaban hechos de un día para el siguiente. Especialmente algunos postres.


En el citado colegio los mellizos de nuestra historia tenían por compañeros a unos trillizos, casi idénticos, entre sí. Eran Gorka, Aitor y Joseba, también niños buenos, pero dotados de una gran imaginación y provistos de extraordinarias dosis de energía. Juntos parecían seis en lugar de tres. Unidos a sus amiguitos, los mellizos, formaban una especie de enjambre infantil, valga la expresión.


Cuando se reunían los cinco eran imprevisibles. Lo que no se le ocurría a uno se le ocurría a otro. Eso sí: sus golpes se pueden definir como trastadas, no implicaban maldad alguna. Pero no dejaba de ser conveniente mantener una buena vigilancia sobre ellos.


Una de las tardes en que nuestros protagonistas se aplicaban al deporte de origen oriental es cuando sucedió la historia que ahora relatamos. Había muchos pequeños yudocas. Tantos que el profesor, pese a su experiencia, gastaba mucha energía en controlar al grupo. Claro que contaba con la ventaja de que los alumnos le querían y admiraban a partes iguales. Pese a todo, cayó parcialmente en la trampa que los inquietos Mateo y Oliver urdieron.


El profesor tenía por costumbre, cada vez que impartía una clase, contar al alumnado. Lo hacía mentalmente y sobre todo se fijaba en si el total era un número par o impar. Lo hacía para saber si eran los justos para aplicarse a algunos ejercicios que ordenaba realizar por parejas. En caso de ser nones él mismo se ofrecía a formar pareja con el niño que quedaba sin pareja.


Así lo hizo y se llevó el chasco de que los niños quedaban emparejados pese a creer haber contado 35. Volvió a pasar la vista por toda la superficie que formaban las colchonetas. ¡Nada! Se debía haber confundido. Eran 34. Igual empezaba a perder facultades.


Volvieron a cambiar de pareja y ésta vez resultaron ser impares, pero el total era de 33. Algo estaba haciendo mal el experto profesor. Así es que el voluntarioso hombre se puso a jugar precisamente con uno de los mellizos. Se refirió a él como Mateo y éste esbozó una enigmática sonrisa, dando a entender que era él.


Al volver a cambiar de pareja volvieron a ser pares. ¡Cosa de brujas!


El maestro empezó a dudar de sí mismo, pero también empezó a sospechar que algo raro pasaba. Le pareció detectar miradas extrañas tanto en los trillizos como en los mellizos. Nunca los veía juntos. Llegó a pronunciar en voz alta el nombre de ellos en distintas ocasiones. Siempre contestaba alguno; siempre con una enigmática sonrisa.


En un momento determinado, el monitor abandonó el extremo de la sala en que se situaba para tener a la vista la totalidad del tatami. Se fue al otro extremo, junto a la puerta de la cocina. Echó un vistazo casi de manera inconsciente y le pareció que se movía una de las hojas. Al principio le pareció imposible. Como queda dicho la dejaban atada con la cadena a cuyo extremo un candado ponía cierre. Se acercó para observar mejor. Entonces fue cuando se llevó la sorpresa de que la cadena sólo estaba superpuesta y el candado había desaparecido. Había paso franco y los inquietos Oliver y Mateo lo habían descubierto.


El profesor de yudo empujó la puerta que cedió sin dificultad. Casi en penumbra acertó a ver una escena que le produjo más risas que enojo. Un trillizo y un mellizo se aplicaban casi con gula a zamparse cada uno un flan sin molestarse siquiera en desmoldarlo.


El panorama era cómico. Junto a los niños en una mesa grande había unos seis o siete flanes que aún no habían sido deglutidos. Pero, también había una treintena de moldes vacíos con restos del sabroso dulce. La escena indicaba bien a las claras que la pandilla había dado buena cuenta de ellos.


Ahogando como pudo las risas el profesor se esforzó en mostrarse enojado para que los niños comprendieran que no estaba bien lo que habían hecho.


- ¡Pero bueno…! Dejad eso ahora mismo. ¿Qué habéis hecho con el candado?


- Nada profe. No estaba puesto cuando hemos llegado.


El profesor atrancó la puerta con una silla y volvió al tatami con los dos devoradores de flanes. No hizo ningún comentario para que no se enterasen los demás niños, que parecían ajenos a la picardía de nuestros protagonistas. Los chiquillos parecieron entender que era mejor no comentar nada.


Así las cosas, en la siguiente clase de yudo, el maestro preguntó a uno de los hermanos por lo que habían comido de postre. Ninguno de los protagonistas comía en el colegio. Así es que el hombre se dirigió a otro niño.


- Pues ha sido un rollo porque tocaba flan, pero por lo visto se estropearon y nos han puesto plátano.


Un día, muchos años después, cuando Mateo y Oliver ya eran casi adolescentes, hablaban con su papá. Ya eran fácilmente distinguibles y no sólo por el tamaño. Los rasgos faciales les hacían diferentes, sin dejar de tener parecido. Por alguna razón el padre conocía la historia de los flanes. Y eso, aunque ellos nunca dijeron nada. El padre estaba narrando al anécdota tal y como aquí queda narrada. Al acabar el relato, ambos chiquillos se miraron y sonriendo enigmáticamente clamaron a un mismo tiempo.


- Fue él.


Oliver señalaba con su dedo índice a Mateo. Mateo con el suyo a Oliver. Ambos a un mismo tiempo. Ambos esbozando su sonrisa enigmática.

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editado por...Wladi Martín @ miércoles, noviembre 20, 2024
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domingo, noviembre 10, 2024

LO CONSEGUÍ. LA MONEDA


La niña dormía. Había sido un día intenso. También era muy imaginativa. Quizás por todo ello, Alexia soñaba con mucha claridad. Se veía, en el sueño, en la playa haciendo un pozillo, muy cerca del mar. Justo donde la arena cambia de color por la humedad.

Era un juego que practicaba con sus amiguitos. Cavaban con las manos en la arena hasta que aparecía agua en el fondo del agujero. Lo que pasa es que en este sueño, casi cuando empezaba a filtrarse un poco de agua, Alexia descubrió asombrada que sus dedos tropezaban con algo rígido. Era una moneda.

La niña estaba dormida, pero se daba cuenta de que se trataba de un sueño. Lo tenía claro. Llegó a darse cuenta de que si despertaba lo haría sin la moneda en su mano; a fin de cuentas se trataba de un sueño. De manera que apretó el puño con toda su fuerza con la esperanza de que al amanecer estuviera allí atrapada.

La sensación era reconfortante. Tenía dos euros agarrados; todo un tesoro para una niña de cinco años. Su imaginación le llevaba a fantasear con muchas cosas que podría comprar al abrir los ojos.

Llegó el amanecer y la niña se despertó pese a ser más temprano de lo habitual. Estaba excitada y enseguida recordó su moneda de dos euros. Abrió la mano muy despacio. Pero el dinero no estaba allí. Se había evaporado o quedado en el sueño. Todo un disgusto.

Por aquellos días, Alexia pasaba unos días de vacaciones en la costa. De manera que solía ir todos los días a la playa con su familia.

Esa mañana se fue a desayunar y encontró a su madre en la cocina preparando los desayunos y algo de almuerzo para pasar el día de excursión junto al mar. Como estaba muy excitada por lo que había soñado contó todo a su madre que parecía escuchar sin prestar mucha atención.

Acabaron de desayunar y de prepararse para salir de excursión. Llegaron a la playa donde solían ir. Al poco tiempo, la madre de Alexia recomendó a la niña, que estaba como embobada, hacer un pozo en la arena. La hija reaccionó justo cuando su mamá decía: Lo mismo hasta encuentras la moneda del sueño.

La chavalilla se aplicó con esmero, poniendo los cinco sentidos que se suele decir. Transmitía, a sus tiernos dedos, toda la fuerza mental que encontraba. Sudaba más por la concentración que por el propio ejercicio físico.

Así, hasta que -¡oh sorpresa!- tropezó con algo rígido. Al principio pensó que sería una concha, pero redobló su fuerza mental y empezó a sacudir la arena pegada a aquel objeto. Y, efectivamente, lanzando destellos plateados al sol resultó ser una moneda de dos euros. El tesoro de su sueño.

Lanzó un grito que llegó a asustar a los que estaban cerca incluidos sus familiares. ¡Mira mamá!

Lo conseguiste, contestó su mamá esbozando una sonrisa enigmática.

Alexia contestó sin soltar la moneda: Como dice la profe Puri, “el que de verdad quiere algo lo consigue”.

Pasaron los días y se acabaron las vacaciones. La familia de Alexia volvió a su casa y a su rutina. Luego pasaron semanas y meses. Hasta que llegaron las Navidades.

La familia de Alexia tenía por costumbre acudir a comer a casa de los yayos uno de esos días. Allí se juntaba con sus tíos y primos. Tras la comida, Papá Noel se las ingeniaba para dejar los regalitos junto al abeto decorado al efecto.

A la voz de los mayores, los niños corrían a buscar sus regalos cuidadosamente envueltos con papeles de colores. Eran momentos de mucho alborozo salpimentados por gritos histéricos de júbilo y emoción.

Días antes, Alexia había declarado que le gustaría pedir a Papá Noel una muñeca que por entonces tenía enamorada a miles de niñas como ella. Sus papás ya le habían advertido que igual Santa Claus no podía atender su demanda, pero que probase a solicitarla en su carta.

La niña, sensata como era, sabía que había serias dificultades en recibir tan importante regalo. Pero no perdió las esperanzas. Puso en el deseo toda sus fuerzas mentales. Se acordó del episodio de la moneda en la playa. Activó ciertos mecanismos similares a los de aquel momento. Creía haber descubierto un proceso mental mágico y recurrió a él.

Entre codazos, risas, empujones… Alexia acabó encontrando un voluminoso paquete con su nombre escrito en él. Tenía las letras mayúsculas y en grande. Así es que no tuvo dificultad en leerlo.

Tenía los ojos abiertos como platos. Redobló sus energías psíquicas. Su estado emocional era similar al que experimentó cuando descubrió la moneda junto al mar.

Apenas rasgó el papel del envoltorio empezó a descubrir las formas que ella deseaba ver. No podía ni creérselo. Con un tirón violento sacó la muñeca que tanto deseaba de un amasijo de papel y cintas. Lo alzó como el que lleva un trofeo que acaba de conquistar y vuelta hacia sus padres, tíos y abuelos gritó: Lo “consigué”.

Sí, la niña, de tan emocionada emocionada que estaba se confundió. Quería decir: ¡Lo conseguí! Era tal el esfuerzo que había realizado que nunca dudó de que gracias a ello la muñeca era una conquista más que un regalo. Su tenacidad, su fortaleza llevada en secreto le había llevado a recorrer el camino mental y mágico del éxito.

La anécdota de la muñeca, unida a la de la moneda quedaron como un arcano en Alexia. Nunca se le olvidaba aquella vivencia y cuando necesitaba algo imperiosamente, recurría al proceso que ella iba depurando y agilizando para volver más práctico y accesible. Pronto descubrió, por ejemplo, que nada funcionaba si no se trataba de un deseo importante. Para conseguir tonterías o caprichos no servía.

Pasaron varios meses y la zagala aún jugaba con su muñeca a la que había puesto nombre. Se refería a ella como Puri; la había bautizado con el nombre de su profesora a la que tanto admiraba.

Uno de esos días, Alexia descubrió que el bolsito de la muñeca Puri se abría. No lo sabía. Así es que lo abrió y metió sus dedos. Algún recuerdo surgió de lo más profundo de su mente. Tropezó con algo rígido. No daba crédito a su memoria, mucho menos a lo que iba viendo. ¡Increíble! Se trataba de uno moneda de dos euros; todo un tesoro.

Por alguna extraña razón la chiquilla no comentó lo sucedido con sus padres. No lo comento a nadie. Lo mantuvo en secreto. Pero no por ello olvidó lo sucedido ni dejó de pensar en que había encontrado un camino mental o un sistema para hacer realidad los sueños.

Dicen que esa niña maduró y se acabó haciendo una gran mujer. Sabía desear con firmeza y conseguir lo que de ese modo se proponía. No queda claro que consiguiera todo aquello que se proponía, pero sí que era cierto que todo cuanto consiguió era por habérselo propuesto. Tampoco se sabe a ciencia cierta si fue feliz. Pero a todos cuantos se consultó reconocieron que fueron felices al cruzar sus vidas con la de ella.

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editado por...Wladi Martín @ domingo, noviembre 10, 2024
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